Exposición:
“Txakurrak itzultzen dira Betiko lepoko berakin Salbuespen egoerak Negua du betikotzen”
Kuraia – Akerbeltz – 2003
La figura de Akerbeltz se asocia al ambiente libre de akelarres y en consecuencia a la libertad. Por lo tanto, he aprovechado para identificarnos, independientemente de nuestra lectura de la situación, esperando que todos podamos soñar con la libertad. Algunos dicen que vivimos en un mundo libre.
Pero, aun en tiempos sin pandemia, el que tiene un salario mínimo o inferior, o el que vive en la calle, el que sufre la cotidianidad como una lucha pesada y penosa, pero violenta, para sobrevivir, ¿disfruta de esa libertad? ¿Son libres los ciudadanos de las regiones que, como consecuencia de las centralizaciones, olvidan el «desierto» y se convierten en zonas de ricos? ¿Y los que son oprimidos por el género, la orientación sexual, el color de piel o la lengua autóctona? ¿Puede un mundo libre dañarse a sí mismo, al Amalur necesario para vivir? Me parece que vivimos en una sociedad enferma y cegada, por lo que les presento la cara de Akerbeltz herida.
El Coronavirus nos ha tocado en ese contexto. La pandemia nos ha cerrado las puertas, las puertas de las casas.
La casa de los sueños, el objeto de la aceptación social, el tema de la obsesión; para unos refugios de protección, nada más que cosa material para especular, pero en mente de todos.
Para la mayoría la casa es un campo de intimidad y la situación actual nos ha convertido en una prisión extraña.
En esta época extraída de la ciencia ficción todos estamos conectados, unidos al universo numérico que nos queda para una amplia relación social, atrapados en la red… y cuidados. Se han levantado barreras, no era Akerbeltz, no era el camino de la libertad, sino el timo de un bicho oscuro, y hemos caído en su cepo. Control en el mundo virtual, control en las calles, en las carreteras. Mil ojos mirándonos.
Año tras año, durante décadas nos han ido proliferando las diferentes cuerdas. Los trozos de cuerda formaban parte de un artefacto más general. Enlaces que no pueden transformar toda posibilidad de movimiento. Las piernas del bicho.
Sin embargo, esta situación errónea ha suscitado algunas reflexiones e interrogantes entre nosotros (¿acaso en la mente de los utopistas de siempre?). Ahí tenemos a Akerbeltz con ganas de revivir; un ojo, aunque forzado, tiene alerta para darse cuenta de lo que somos.
Sin embargo, el cambio no está del todo en nuestras manos… Los ricos interesados de siempre y los que siguen/protegen podrían reactivar la rutina como si nada, con menos libertad para nosotros tan seguro. Sea o no fraudulento, besaremos a Akerbeltz, viviéndolo en ilusión o disfrutando de otro modelo.
Deseamos que esta obra actúe como un instrumento mágico, imaginando lo peor, para usarlo y traer tiempos mejores. En todos los casos necesitaremos valor y coraje.
Ficha de la obra
Nombre de la obra: Kuraia
Dimensiones: por el carácter especial de la obra se puede adaptar en función del lugar de presentación. Por eso os propongo medidas de diferentes formas: – Incluida la barba masacre: 80 x 54 x 40 cm. – Teniendo en cuenta las cuerdas y tal y como se han presentado: 190 x 225 x 40 cm. (porque las cuerdas podrían ocupar menos espacio).
Precio: 900,00 €
Descripción
El «valor» es una máscara de madera que parece tener dos ramas como la cabeza de un akerbeltz. Tiene una larga barba de madera.
En la frente hay una casita de madera enlucida de blanco.
La máscara de Akerbeltz parece viva, herida: la mitad de la cara cubierta de una gruesa costra (corteza de madera ligeramente quemada). El ojo de este lado está cerrado, por necesidad, con puntos metálicos.
El otro lado está ennegrecido por el fuego y el ojo está abierto violentamente, el ojo mismo (pintado con canicas acrílicas de madera) salido de su sitio y mirándonos. El contorno de los ojos es de revoco, pintado con acrílicos.
En todo el entorno de la cara hay 10 palos negros de hierro, enmascarados, que salen detrás de los rayos. Con un hilo de algodón que los une a todos y que se va tejiendo, hay un cepo parecido a una red de arañas que forma un gran cercado.
En la punta de cada palo hay ojos (pintados con canicas acrílicas de madera), en puntas de alambre, mirándonos. Para terminar, aparecen seis cuerdas de cáñamo que se unen en la mascarilla.